EDUCACIÓN PARA LA PAZ Y LA CONVIVENCIA
Los seres humanos somos seres sociales por naturaleza, pero necesitamos aprender a vivir en sociedad, a convivir con otras personas. Este aprendizaje inicia en la familia y luego sigue en la escuela. El ser humano tiene dada la capacidad de convivir de manera innata, pero la convivencia se conquista, se aprende (Zurbano Díaz, 2001).
El ambiente de la sociedad provoca, con mucha frecuencia, conflictos en las relaciones de
las personas. Por eso, la convivencia no puede dejarse al desarrollo espontáneo de la personalidad ni al de los acontecimientos. Es necesario ayudar al niño o al joven a aprender a relacionarse, a vivir con los demás. La convivencia debe ser una de las principales empresas de la educación actual.
Anteriormente se pensaba que la función de la escuela era sólo transmitir conocimientos: matemáticas, lengua, sociales, naturales, etc. pero la experiencia ha indicado que el ser humano no sólo vive de los números, de la gramática, de la biología o de la historia, sino que vive relacionándose con los demás. Educar para la convivencia es educar para la vida. El futuro de los seres humanos no depende en primer lugar de los conocimientos o las destrezas técnicas, sino de los comportamientos que acompañen estos conocimientos y destrezas. La ciencia y la técnica no son nada sin la ética.
La educación del siglo XXI, según la Comisión Internacional de la UNESCO, debe apoyarse en cuatro pilares básicos: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir con los demás y aprender a ser (Delors J.,1996). Aprender a conocer, permite lograr una cultura general y da la posibilidad de profundizar los conocimientos a lo largo de la vida. Aprender a hacer, a fin de adquirir no sólo una calificación profesional sino una competencia que capacite al individuo. Aprender a vivir juntos, lo que desarrolla la comprensión del otro y la percepción de las formas de interdependencia respetando los valores del pluralismo, comprensión mutua y paz. Aprender a ser para que se desarrolle la propia personalidad e individualidad y la persona tenga la capacidad ser autónoma, tener un juicio propio y ser responsable de sus actos.
Todo lo anterior indica que educar ya no es sólo transmitir informaciones. Actualmente educar para la paz y la convivencia es un objetivo principal de todos los sectores de la comunidad educativa. Tanto el presente como el futuro dependen de que nuestros niños y adolescentes aprendan a convivir y a resolver sus conflictos de forma pacífica. Por eso, la escuela ha sumado a sus funciones la de proveer herramientas y valores a los alumnos que se traduzcan en actitudes y hábitos de convivencia.
Una tríada clave para la consecución de la paz y la convivencia es la armonía consigo mismo, con los demás y con el medio ambiente. La armonía personal conlleva valores como autenticidad, verdad, bondad, equilibrio, espíritu crítico, sinceridad y autoestima. La armonía con los demás incluye los valores de ayuda, amistad, respeto, justicia, aceptación, diálogo, solidaridad y tolerancia. En la armonía con el medio ambiente intervienen la valoración de los recursos, el respeto, la defensa, la conciencia y la conservación. Por ello, la meta de la escuela es lograr una enseñanza que desarrolle actitudes y conductas más coherentes con estos valores y al mismo tiempo cuestionar los valores antitéticos a la cultura de la paz, como son la discriminación, la intolerancia, el etnocentrismo, la indiferencia, la insolidaridad y el conformismo. (Transversales. Educación para la paz, M.E.C., 1992).
El maestro que sea educador para la paz y la convivencia debe asumir otras responsabilidades además de enseñar su asignatura, debe facilitar experiencias y vivencias que encaminen el proceso de convivencia y paz, como la organización democrática del aula y la resolución no violenta de los conflictos, debe promover el desarrollo del pensamiento crítico, combatir la violencia, evitar los nacionalismos que vayan encaminados a la crítica de otras naciones, a prejuicios o a la discriminación. El maestro debe fomentar la apertura y el respeto a otras culturas y naciones, así como motivar al diálogo y la argumentación racional. El papel del maestro es fundamental para lograr la participación ciudadana en los alumnos, para que los ciudadanos puedan ser agentes de una democracia auténtica, pues la paz es el fruto de la justicia.
Educar las actitudes y los hábitos del alumno no es tarea sencilla, es un proceso lento y difícil pues supone un compromiso de todos. La educación para la paz y la convivencia requiere un
planteamiento unificado de profesores, alumnos, padres y de la sociedad en general. Se deben marcar unos objetivos comunes, consensuados y mantenidos.
Los padres ayudan a la consecución de este proyecto común en la medida en que conocen qué es y cómo se vive la convivencia, tienen sentimientos o actitudes positivas para la convivencia y actúan según las normas y exigencias de la convivencia. Las acciones conjuntas de los padres y la escuela buscan que los niños y jóvenes aprendan a valorar la dignidad de las personas y sus derechos fundamentales; que respeten la diversidad de las personas y culturas y eviten toda discriminación; que aprendan a convivir con otras personas y grupos en un clima de afectividad, respeto y ayuda; que rechacen la violencia y la agresividad y busquen la solución de los conflictos a través del diálogo; que cumplan las normas de convivencia, así como los buenos modales; que actúen con autonomía responsable en las actividades y relaciones de grupo; que sean capaces de colaborar con los compañeros en el trabajo y en el juego; que sean sensibles a las situaciones de violencia, injusticia y subdesarrollo que sufren personas y pueblos y que sean solidarios en el ámbito familiar y escolar
Con frecuencia nos quejamos de vivir en una sociedad que se caracteriza por ser conflictiva, violenta, intolerante, injusta y con graves problemas de convivencia. La situación actual del mundo reclama una actuación escolar y familiar que toque estos puntos y que escuche las profundas exigencias de nuestra sociedad. En la medida en que incluyamos la convivencia y la paz como eje transversal que atraviese todo el currículo escolar, así como también la incluyamos en la vida familiar, tendremos niños y jóvenes que vivan más en armonía con ellos mismos, con los demás y con el medio ambiente y, por ende, la realidad de la cual con frecuencia nos quejamos podrá ir cambiando.